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Soñar, a pesar de todo

  • Foto del escritor: Jorge Andrés Carvajal Suárez
    Jorge Andrés Carvajal Suárez
  • 8 jun
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 10 jun

Pensar en el futuro del Catatumbo es, para muchos, un acto de resistencia. Entre quienes han crecido en medio de la zozobra y quienes enseñan en sus aulas, se construyen pequeñas visiones de lo que podría ser. Algunas son esperanzadoras. Otras, francamente desgastadas por la realidad.


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Isabela tiene 15 años y es personera estudiantil. Quiere estudiar medicina, irse lejos y luego volver. “Yo sí quisiera como algún día volver acá y ver todo como en paz”, dice. Su deseo es sencillo pero contundente: vivir tranquila. Cree que todo sería posible si los grupos armados dialogaran, si se abrieran caminos distintos a los de la guerra. “Algunos compañeros dicen que no quieren estudiar, que se van a raspar. Otros, sí piensan en grande”, comenta. Su mirada combina ilusión y conciencia.


Pero no todos ven el mañana con ese brillo. Ariel, un hombre curtido por el conflicto, lo dice sin rodeos: “En este Catatumbo no va a venir nada alentador. Yo soy muy optimista, pero realista a morir”. Habla de aferramientos al territorio, de liderazgos corrompidos, de una violencia que no da tregua. Su diagnóstico no es el de un pesimista, sino el de alguien que ha vivido de cerca demasiadas despedidas.


La profesora Ana Edilia tampoco oculta su desencanto. “De aquí a 10 años este pueblo está completamente desolado”, advierte. Para ella, el miedo ha vaciado las calles y ha mermado los vínculos. Si nada cambia, cree que no quedará mucho por salvar.


José Trinidad, un líder comunal que ha visto pasar décadas de conflicto, se mueve entre ambas orillas. Reconoce que el futuro “es muy incierto”, pero también cree que el Catatumbo se merece otra historia. “Los jóvenes merecen mirar de frente a esta región… después de la coca, lo mejor que podría venir es el turismo, conservar lo que tenemos”. Habla de honrar a las víctimas, de recuperar la dignidad perdida.


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Para el rector Humberto, la clave está en el diálogo y las oportunidades. “Soy muy optimista… esta guerra absurda lo que genera es pobreza, abandono del territorio. Aquí hay que darle a la gente empleo, pasar de la cultura de la ilegalidad a la legalidad”.


Y entre tantas voces, emerge una certeza compartida: el futuro no está escrito. El Catatumbo sigue siendo una tierra en disputa, no solo por los actores armados, sino por los relatos que intentan definirlo. En esas palabras —de una estudiante, un líder, un docente o un escéptico— late la posibilidad, mínima o inmensa, de imaginar algo distinto.





 
 
 

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